
The world in his arms (Raoul Walsh, 1952),esta genial película en su traducción español se tituló El mundo en sus manos.
Desde que ví esta película por primera vez, con 8 ó 10 años, me encantó.
¿Quién no ha querido ser el Capitán Jonathan Clark, el hombre de Boston, que tan espléndidamente protagonizó Gregory Peck? ¿Quién que haya visto el film no ha deseado dejar todo atrás y embarcarse a bordo de La Peregrina de Salem para surcar el océano hacia Alaska y dar caza al maldito Portugués al que tan magistralmente interpretó Anthony Quinn?
Todo esto lo cuento porque, a veces, navegando, no puedo evitar pensar en el Capitán Clark, y sentirme feliz en mi barco aunque sea pequeño, viejo y, según las modernas tendencias de diseño, lento.
No pienso en todo eso cuando navego.
Cuando dejo tras la estela de mi barco la Bahía de Santander, y enfilo el mar abierto, saliendo entre la Isla de Mouro y Las Quebrantas, virando hacia Cabo Mayor, ciñendo al norte, cuando conecto el piloto automático y me siento en la banda de barlovento con las piernas estiradas y cierro los ojos un instante sintiendo el viento en la cara, respirando la brisa, oliendo el salitre y escuchando sólo el sonido del viento en las velas y de las olas al romper en la proa... Cuando el tiempo se detiene y ya no hay problemas, ya no hay prisas, ya no eres nadie y solamente queda un hombre, un barco y el inmenso mar, de repente todo está claro, todo es sencillo.
Por un instante me siento como el Capitán Clark y tengo el mundo en mis manos.