El primer post que publiqué en este blog se tituló A ESCONDIDAS. Han pasado muchas cosas desde entonces.
Me he convertido en armador del 100% de un velero, he cambiado de barco, he cambiado de puerto, he empezado a navegar en solitario de verdad, después de obtener el PER me estoy preparando para el PY, he hecho mis primeros pinitos en esto del bricolage naútico y a día de hoy soy capaz, yo solito, sin ayuda, de cambiar un tornillo. Ahí es nada.
En el cambio de barco he ganado. He pasado de un barco nervioso, regatero (y muy divertido) a un barco muy marinero. Un barco noble que te perdona muchos errores y que aguanta carros y carretas cuando la cosa se pone fea. He navegado en él con F8 y fuerte marejada y sé que aguantará lo que sea necesario y desde luego mucho más que su Patrón.
Lo que no ha cambiado en un año es que navegar me hace feliz.
Salgo muchas veces sólo. Soy una persona extrovertida y sin problemas para relacionarme, todo lo contrario, y sin embargo he descubierto que me gusta más navegar sólo. No tener que hablar, disfrutar del silencio, de la soledad buscada (no la impuesta). La soledad y el silencio que permiten disfrutar de la multitud de paisajes marinos, sin nadie que te distraiga, sin palabras que limiten la belleza.
Cuando por proa está despejado, ya has dejado atrás la Bahía y la Isla de Mouro y el Palacio de la Magdalena y sólo hay mar por ambas amuras, conecto el piloto automático y me coloco en mi sitio favorito, los pies en el primer escalón de acceso a la cabina, cierro el tambucho hasta que lo tengo a la altura del pecho, de forma que las únicas partes de mi cuerpo que asoman fuera son los hombros y la cabeza. Entones apoyo la barbilla en mis manos, sobre el tambucho, y miro el horizonte, huelo el mar, escucho los sonidos del viento del mar y de mi barco y me invade una paz que no es comparable a nada.
Todo se ralentiza, todo se relativiza, sólo importan el mar y el viento y tu barco, porque ni siquiera importas tú, que eres una parte del barco, nada más. Y, a veces, desearía que mi familia estuviera conmigo y no tener que volver, poder seguir adelante y navegar. Otras veces cierras los ojos, sintiendo el calor del sol en la cara y oliendo el mar, escuchando a las gaviotas y los cormoranes y, aunque eres feliz, sabes que tienes que volver, que quieres volver. Que el mar quizá un día sea el sitio y el fin pero que de momento hay un lugar en tierra al que quieres volver, pero no es el lugar, son las personas. Suspiras, miras una última vez al horizonte intentando congelar en tu mente tanto azul, tanta belleza, y viras en redondo para poner proa a la Bahía, para regresar a casa.
Otro verano fabuloso termina y guardo nuevos momentos inolvidables de navegación. Ahora sólo quedarán los fines de semana para navegar.
De vez en cuando, aunque ahora mi barco está a 25 km de mi casa, sigo levantándome algo antes de lo necesario y, mientras todos duermen, recorro en mi coche las calles aún vacías hasta dejar atràs la ciudad para visitar a mi barco en el puerto, tranquilo y silencioso al amanecer, a escondidas.